Un error en la escala de valores

La fotografía es una disciplina creativa asociada básicamente a conceptos técnicos. Una cruz de la que históricamente se han librado otras disciplinas como la pintura, a pesar de que también tiene una carga técnica nada despreciable.

Tal vez, la razón es que la pintura está más asociada a la herramienta -el pincel – que a la máquina – la cámara – pero, en cualquier caso, la técnica también está ahí, y sin ella no podremos pintar nada decente.

Es un tópico cierto que la técnica es algo que hay que aprender para olvidar. Tal vez, la palabra “olvidar” no es la más acertada, a mí me gusta más “naturalizar” pero, en cualquier caso, la técnica es siempre dos más dos cuatro. Es así y, a pesar de que haya a quien le cuesta más, todo el mundo puede aprenderla si se lo propone. Se tardará más o menos, pero se acabará entendiendo.

En cualquier caso, la obsesión con los aspectos técnicos hace que se olviden otras cuestione que son las realmente importantes, vinculadas a la cultura visual y la capacidad de construir una imagen y entenderla.

Es habitual, en fotógrafos sin formación o con formación autodidacta (no por eso necesariamente malos fotógrafos) ver carencias importantes en aspectos que van más allá de la pura técnica, y que tienen que ver con el aspecto formal de la imagen, en su construcción, simplemente porque nadie los ha orientado en esa dirección (uno de los muchos problemas de ser autodidacta). También es a veces un problema en fotógrafos con formación… pero el origen del problema sería otro.

En los cursos básicos de fotografía siempre me han sorprendido mucho dos cosas. Una es que gente que tiene suficiente interés en la fotografía como para invertir un tiempo y un dinero en aprender, no tenga absolutamente ninguna referencia visual consciente, ningún autor preferido. Nada. Es como si hicieran un curso de escritura creativa porque les gusta escribir, les interesa la literatura, pero no saben quién era Cervantes.

La otra cosa que me llama la atención es que la gente viene obsesionada por entender conceptos técnicos, en saber qué hace la cámara sin ni plantearse que hay que construir la imagen, que tienen que trabajar una visión personal de cómo son las cosas y cómo quieren representarlas en una fotografía, y aquí viene lo mejor de todo: la sesión que despierta más interés, entusiasmo incluso, es la dedicada a la composición e interpretación de imágenes, y eso que son cuatro pinceladas básicas sobre el tema.

Es muy interesante ver cómo, en general, los alumnos descubren una especie de mundo nuevo que tenían ante sus narices y descubren que, si quieren mejorar las fotografías que producen la clave, de entrada, no está en la técnica, ni en la informática, si no en la composición, que es un concepto que deberán aplicar siempre en el momento de la obtención de una imagen, sea con la herramienta que sea y más allá del posible interés (o no) que se tenga en la fotografía. Siempre habrá que componer: ningún dispositivo lo puede hacer por nosotros.

La mirada, la capacidad de construir una imagen, de una forma u otra la llevamos todos de serie, sólo hace falta ser consciente de ello y trabajarlo.

Esto va vinculado a la capacidad de observar y descifrar una imagen, un proceso del que todo el mundo, fotógrafo o no, debería ser consciente en un mundo en el que un porcentaje altísimo de información nos llega por vía visual y que muy poca gente tiene en cuenta, algo que explica, en parte, porqué ciertos trabajos “profesionales” son aceptados a pesar de tener graves carencias en este aspecto (no todo es que sean “baratitos”: la ignorancia del receptor tiene también mucho que ver).

Lo más difícil viene después: construir un discurso coherente con las propias imágenes. Pasar de la gramática a la narrativa. Tener alguna cosa que explicar y saber cómo.

Y es que como dice el músico Jordi Savall “Se puede enseñar todo menos lo esencial”.

FEDME: ¿Incompetencia? ¿Ignorancia?

¿O mala fe?

La FEDME ha publicado en su web una convocatoria para cubrir los “Servicios de vídeo y fotografía en las pruebas deportivas co-organizadas por la FEDME”.

No vamos a entrar en el falaz concepto “co-organizadas por la FEDME” (¿Cinismo? ¿Ironía?).

Lo que si nos interesa a nosotros, profesionales de la imagen, es lo que ofrece la FEDME y lo que pide a cambio. Y es que los profesionales (los que se ganan la vida con ello, invertimos para hacerlo y pagamos impuestos para que nos dejen trabajar) estamos hartos de que se nos insulte en un mundo en el que no se puede hacer nada sin imágenes.

¿Qué ofrece la FEDME? Ofrece una tarifa, para la cobertura de un evento, de 800€ IVA incluido, lo cual significa 661,16€ de base.

¿Qué pide la FEDME? Pues pide que esa persona  se costee los gastos de manutención (dormir, comer y peajes si los hubiere), que esté in situ el día anterior a prueba, que proponga ideas de mejora a la FEDME (¿), que asista a las reuniones de la FEDME cuando a estos les parezca bien, que diseñe un “plan de producción audiovisual del evento”, que grabe y edite un vídeo resumen de ¡12 minutos! de la prueba en un plazo de 48 horas y que, además, genere un mínimo de 70 imágenes en lo que ellos llaman “alta calidad” y “baja calidad”. Que envíe en tiempo real imágenes de vídeo y fotografías de la prueba y que, naturalmente, disponga de todo el equipo necesario. Que se desplace por sus medios durante la prueba… Todo esto, además, en fin de semana (llamad al fontanero en fin de semana…) y trabajando en un entorno en el que muchas veces se pone en riesgo el material. La lista de despropósitos sigue (todo el documento es una mina) pero nos pararemos aquí.

Es más que obvio para cualquier profesional que esto no puede hacerlo una sola persona. Serán, siendo optimistas, dos.

Haremos cuatro números rápidos: día anterior a la carrera se pierde en desplazamiento y preparación, día de la carrera, día posterior de vuelta y día de edición y preparación de imágenes. La propia FEDME en el mismo documento (apartado 15 punto 18) valora la manutención (dormir y comer, que va a cargo del “profesional” no lo olvidemos) en 100€ día/persona. Dos personas, tres días de carrera: 600€.

A partir de ahí, consideremos el trabajo del cuarto día, los impuestos a pagar (IRPF y Seguridad Social) desgaste de material y vehículos, almacenamiento de imágenes…

La FEDME quiere no ya esclavos, si no gente que, creyendo cobrar “800€”, financie sus necesidades comunicativas (deficientes por cierto).

A parte quedarán las condiciones del trabajo, imaginadas por alguien que, sin lugar a dudas no tiene la más remota idea de qué representa trabajar en imagen en una prueba deportiva en la montaña. No se si es un tema de ignorancia e incompetencia o simple mala fe (no se qué es más preocupante).

 Señores de la FEDME:

  • Nadie duda de la legalidad de la propuesta (la esclavitud también lo fue en su momento), pero es totalmente indecente (es más, diría que insultante).
  • Seguramente encontrarán a alguien que lo haga: el mundo está lleno de “gente” con cámaras y con otros trabajos dispuestos a reventar el de los demás por una simple cuestión de ego (hasta que se dan cuenta de qué le cuesta su “trabajo”).
  • Es obvio que el responsable de esto no sabe de qué habla cuando habla de imágenes (¿“resolución” en Mb? ¡Por Dios!) ni tiene la más remota idea de qué representa hacer lo que piden. (Como dicen en la película Airbag, “pofesioná, mu pofesioná”).  Supongo que será también quien valore la “calidad” que piden en las imágenes. Sin comentarios.
  • Si no tienen presupuesto, quédense sin imágenes (por eso, entre otras cosas, yo no tengo un Ferrari). Y si para ustedes son importantes las imágenes, que parece que sí, busquen el dinero en otras partidas de su presupuesto.
  • Y sepan finalmente que “si pagas con cacahuetes, tendrás monos”, aunque tal vez sea ese el problema de base.

Pueden contactar conmigo para cualquier aclaración.

“El registro de la existencia”

 

Empezaré este texto con una anécdota.

A principios del año 2016, recibí una llamada en la redacción de la revista. Preguntaban por una fotografía recientemente publicada en una galería fotográfica con el tema “Categoría femenina”. Era una selección de fotografías de corredoras en la montaña.

De entrada, estas llamadas despiertan un cierto recelo; a pesar de que la revista es muy cuidadosa en cuanto al uso y tratamiento de las imágenes, nunca sabes por dónde saldrá el interlocutor.

La historia es la siguiente: la persona que llamaba preguntaba si podía tener una de las imágenes en la que aparecía su compañera, Fany Olaria, que había muerto un año después de que yo la fotografiara. Esto me lo contó en una conversación telefónica emocionalmente muy intensa en la que me expresó su alegría al reencontrar en la revista, de forma inesperada, el rostro de su compañera, pletórica y disfrutando de una de las actividades que más le gustaban. El interlocutor, Jaume Bernat – desde entonces el querido “Jaumet” – es actualmente alguien con quien he establecido una especie de relación de proximidad que, lejos de ser íntima, es mucho más que cordial cuando coincidimos, a menudo, por el mundo. Naturalmente, tuvo la fotografía.

Más allá de alimento para el ego y el registro de una realidad falseada, la fotografía tiene una función sociocultural básica que es el registro del momento, la memoria, lo que ha sido y no volverá a ser.

Y este es un aspecto que la actual banalización de la imagen está diluyendo.

Hay que decir que este proceso de banalización de la imagen es inherente a la evolución de la fotografía: ya en el siglo XIX, Gaspard-Félix Tournachon, conocido como “Nadar” (uno de los grandes nombres de la historia de la imagen fotográfica) ya se lamenta en sus memorias de esta banalización.

A todo el mundo le gusta ver imágenes del pasado, descubrir cómo eran las cosas, los lugares, o recordar qué aspecto tenían, pero a menudo la toma de fotografías provoca reticencias en el momento, bien sea por desconfianza (hay gente muy discutible con un dispositivo en la mano) o vete a saber por qué…

¿Por qué fotografías esto? Es una cuestión recurrente cuando se hacen fotografías que se salen del esquema habitual, cuando no son cosas “bonitas” o personas simulando lo que no es. La fotografía, en demasiados casos, se ha convertido en un registro de la irrealidad, en un intento de proyección no de lo que es sino de lo que quisiéramos que fuera, cuando lo que es realmente interesante es lo que vivimos. La fuerza de la imagen de la anécdota comentada al inicio del texto, viene de su espontaneidad, la de una reacción a la posibilidad de ser inmortalizado un momento en el que el modelo es feliz. Y esto es fantástico cuando es cierto, cuando es honesto.

Cuando alguien por la razón que sea es expulsado – o evacuado – de su hogar, una de las cosas que sistemáticamente se recuperan son las fotografías familiares, las que dan fe de nuestra existencia y de nuestra relación con los seres queridos. Es importante recordar esto cuando restamos importancia al hecho fotográfico, cuando lo banalizamos.

Obviamente no todas las imágenes son trascendentes o tienen la posibilidad – o la necesidad – de serlo, pero es importante tomar conciencia de qué estamos haciendo realmente cuando hacemos una fotografía: estamos documentando la vida y, en ese momento, tal como dice el fotógrafo José Manuel Navia “-Todo fotógrafo está obligado a hacer siempre la mejor imagen de que sea capaz”.

Porqué es nuestra memoria.

“#filmisnotdead”

 

A quien, como yo, lleva más de tres décadas fotografiando de forma ininterrumpida en película, le fascina que mucha gente se sorprenda de que aún se fotografíe en base a un proceso químico.

“¿Aún se venden carretes?” Es una pregunta habitual – incluso entre gente aficionada a la fotografía – cuando el tema sale a colación.

Lo que más me llama la atención es que aquellos que preguntan (bienvenidos) siempre acaban queriendo averiguar cuál es la ventaja de fotografiar en película.

Lo mejor de todo no es que la respuesta es que no hay ninguna ventaja, si no que ni tan solo se trata de si hay alguna ventaja o no.

Tenemos tendencia al razonamiento binario: “si esto es bueno, es porque aquello es malo”, y la mayor parte de las veces es una conclusión absurda.

Nadie se plantea que la invención del rotulador o el lápiz de colores tuviera que implicar la obsolescencia (¿erradicación?) de la acuarela, o del óleo, ¿No? Pues este sería el planteamiento en el caso de la película y su gran “rival”: el mundo digital.

Lo analógico contra lo digital o, como dicen los franceses (me gustan más estos términos) lo argéntico contra lo numérico. Dos medios diferentes para llegar a conclusiones muy próximas.

¿Contra? En absoluto. Pero ¿Por qué nadie duda de las bondades de lo digital (yo incluido) pero mucha gente duda de las bondades de la película?

Cada uno sabrá (supongo) por qué fotografía de una forma u otra. Yo, a lo largo de mi vida fotográfica he tenido tiempo sobras para pensar (una manía como cualquier otra) por qué hago las cosas como las hago y tengo muy claro qué me aporta el soporte químico, que es de lo que trata este post.

Lo primero que hay que poner sobre la mesa es que, desde un punto de vista técnico, el acto fotográfico como tal es totalmente independiente de si el soporte es químico o numérico: si sabemos de una forma, sabremos de la otra y, si no sabemos de una forma, no sabremos de ninguna otra.

A los “no iniciados”, lo primero que los marea es la imposibilidad de ver qué se ha fotografiado, y comprendo que es difícil entender que, desde un punto de vista de creación fotográfica esto es más una ventaja que una desventaja. Esta “limitación” obliga al fotógrafo a concentrarse mucho más en aquello que está haciendo, a pensar y, sobre todo a registrar visualmente el momento en que se pulsa el botón (aquella selección del instante) Es algo muy difícil de explicar, pero cualquiera con un poco de experiencia fotografiando en película os puede confirmar que hay un momento en que el concepto “lo tengo” aparece en letras rojas en la mente del fotógrafo. Y tiene mucho que ver con la concentración que comentaba.

Otro concepto a favor de no poder ver las imágenes de forma instantánea una vez hechas es que, hasta que no se produce esta sensación (“¡Lo tengo!”), no se da la tarea por finalizada y, sobre todo, no perdemos nunca el tiempo mirando nada que no sea la escena en la que trabajamos. El soporte químico obliga a pensar en lo que vendrá, nunca en lo que ya ha pasado.

La limitación de producción, sea por la cantidad de imágenes del carrete o por cuestiones económicas, es también un factor redundante en la calidad de la producción. En un mundo en el que lo queremos todo fácil hasta niveles insultantes y sin límites, someterse a ciertas limitaciones activa el ingenio, la concentración y la capacidad de selección. Porcentualmente, el índice de fotografías decentes en película (relación producción / acierto) es, con diferencia, mucho más alto que en otros soportes en que la producción es, a menudo, desmesurada. Siempre con la condición de que es necesario aprender a fotografías antes, en el soporte que sea: fotografiar más nunca nos garantizará, así porque si, mejores resultados.

El dinero suele ser otro “inconveniente”. Es obvio que cuando no se puede no se puede, pero admitamos que, en la mayor parte de los casos es, simplemente, una cuestión de prioridades: yo prefiero un carrete a una copa.

En mi caso además, y enlazando con el último post, trabajar en película me permite hacerlo con cámaras de las que podríamos decir que estoy enamorado. La simple complejidad de un ingenio mecánico es, para mí, insuperable a la hora de hacerlo funcionar.

Hay un último factor y está vinculado a un proceso que, más de treinta años después, sigue teniendo un aura mágica, de descubrimiento y sorpresa constantes. A esto añadiremos la participación de sentidos que nos conectan con el mundo real más allá de la vista, como el tacto y el olfato, partícipes también del proceso. Sumemos además que, la parte artesanal del proceso hasta que obtenemos la copia, genera una relación muy especial entre el fotógrafo y su obra: ninguna fotografía hecha, revelada y positivada es “una más” porque… ¿Cuál es el siguiente paso del Nirvana fotográfico? Una luz roja y buena música. Y no tiene nada que ver con la nostalgia.

“Cuando las cintas se hayan borrado, cuando se haya perdido la tecnología para reproducirlas, es posible que alguien, dentro de mucho tiempo, encuentre un fragmento de película y lo sostenga a contraluz” (“Una profesión de putas” David Mamet).

“Lo importante es el fotógrafo, no la cámara”

 

Esta es una sentencia que, a pesar de ser cierta, hay que matizar mucho.

Es obvio que, si alguien no sabe, no tiene interés o no vale, por muy buena – es decir cara – que sea su cámara, no obtendrá mejores resultados.

Pero esto no quiere decir que la cámara no sea importante.

La cámara es el vínculo entre la escena y el fotógrafo. La herramienta que permitirá al autor expresarse. Considerar que la cámara “no importa” es una falacia destinada a satisfacer a un perfil de usuario, a un cliente que querría otra cosa y tiene que conformarse.

Si nos lo planteamos a nivel profesional, seguir manteniendo que el dispositivo es irrelevante es, en cierta manera, tratar de idiota al profesional que se ve obligado a invertir cantidades nada menospreciables de dinero en su material.

A nivel personal, como autor, la cámara es un elemento vital, básico, con características que van más allá de algunas consideraciones técnicas que son irrelevantes para lo que quiero explicar y que dejaremos para la cara profesional del disco.

Un día leí que, a Miles Davis, cuando lo entrevistaban, le gustaba tener a mano su trompeta y tocarla. No cualquier trompeta: la suya, de la que sentía el tacto y todo lo que se pueda sentir de una trompeta cuando se toca. No sé si la anécdota es cierta, probablemente no, pero viene muy a tiro para explicar lo que quiero decir.

Habitualmente se piensa en la cámara como un simple cúmulo de características técnicas cuantificables, y se pierde de vista que, por un lado, lo que hace la vida interesante es incuantificable y, por otro lado, el noventa por ciento de las “facilidades técnicas” que ofrece una cámara son perfectamente obviables cuando no directamente inútiles. La técnica fotográfica básica es extraordinariamente simple y, muchas veces, el exceso de celo de los ingenieros que diseñan cámaras hace – con la pretensión de que la vida sea más fácil para el usuario sin conocimientos – que algunas cosas se compliquen de forma absurda. Una vez más “menos es más”.

A parte de consideraciones técnicas de valoración más o menos objetiva, yo necesito sentirme a gusto con una cámara; es imprescindible que me guste, que se adapte a mi mano. A mi me gusta mirar mis cámaras, tocarlas, sujetarlas… Incluso oírlas: en algún momento de mi vida, el sonido del obturador ha sido el toque de gracia para decidirme por una cámara u otra. Hay un sonido seco, definitivo, contundente y con todo discreto, que muy pocas cámaras tienen, y tengo que decir que, a pesar de que algunas cámaras digitales se aproximan a ese sonido, ninguna lo reproduce realmente. Para mí es un sonido casi mágico: actúa en mi mente como la comida de los perros de Pavlov y acentúa mi capacidad de observación, alimenta mi necesidad (aún más) de registrar imágenes del mundo que me rodea.

¿Quere decir esto que hago mejores fotografías con una u otra cámara? No. Pero si quiere decir que me apetece fotografiar aún más (trabajo más) y, por tanto, obtengo resultados más acordes con lo que busco y, sobre todo, disfruto más del acto fotográfico, que implica también el contacto con una caja mágica que es mucho más que una simple herramienta.

A mí me gusta que mis cámaras envejezcan con el uso, se desgaste la pintura a fuerza de sujetarlas, que el botón del disparador se pula con el tiempo a fuerza de pulsarlo. En definitiva, que la cámara vaya acumulando las experiencias que yo he vivido y registrado con ella, un concepto cada vez más difícil en un mundo de plásticos, electrónica y obsolescencias programadas. Más allá de su faceta utilitaria, mis cámaras tienen que ser compañeras de viaje. De las que no fallan nunca.

“Si haces algo bien, no lo hagas gratis” (Joker)

 

En un post anterior hacía referencia al hecho de trabajar gratis o, lo que es peor, hacerlo reventando precios. Tal vez es el momento de decir algunas cosas al respecto.

Dicen que si trabajas en lo que te gusta será como si no trabajaras. Esto es cierto. El problema viene cuando tu trabajo es la afición de otros que no han sido capaces, o no han querido, convertir esta afición en una profesión. Supongo que es la diferencia entre afición (te gusta) y pasión (no entiendes tu vida haciendo otra cosa).

Aquí entramos en una dinámica infernal basada en aquel discurso neo liberal del “cada uno puede hacer lo que quiera”, que suena muy bien pero implica no tener en cuenta las consecuencias (“Yo, mí, me, conmigo…”)

Hablábamos hace unos días del uso indebido (sin pagar) con finalidad comercial de las fotografías. Esto tiene muchos orígenes y razones, pero un factor importante es el hecho de que mucha gente que produce imágenes no es profesional y, más allá de la calidad de su trabajo, se puede permitir regalar las imágenes o, lo que es peor, trabajar por tarifas insultantes, habitualmente para sentirse “fotógrafo” durante un rato o para ver su ego alimentado. Quiero creer que lo hacen sin pararse a pensar en lo que le están haciendo al sector profesional de la fotografía.

Cuando sale el tema, a menudo se alude al “derecho” a hacer fotografías, un derecho que, por otro lado, nadie discute: en un espacio público – la montaña en el caso de las carreras – todo aquel que quiera puede fotografiar, sólo faltaría. Lo que es discutible es que estas fotografías tengan como finalidad dar servicio a una entidad (empresa, club o lo que sea) desvalorizando el trabajo de un profesional ¿Por qué? Pues simplemente porque puedo, porque no me gano la vida con esto y no tengo que pagar impuestos por ello, ni renovar el material, aunque no sea un buen momento, entre otras muchas razones.

Ningún fotógrafo que conozco tiene nada que decir por lo que respecta a la posible competencia, que es otro de los argumentos de defensa de los que trabajan gratis o por tarifas de miseria. De la misma forma que no hay nada que decir si alguien combina su trabajo con una actividad profesional esporádica, siempre y cuando se respeten las obligaciones que, como profesionales, tenemos. Si queremos jugar, las reglas deberían ser para todos.

Reventar tarifas o trabajar gratis, más allá de las consecuencias para los profesionales de la fotografía, quiere decir cerrarse las puertas a la posibilidad de dedicarse algún día profesionalmente a esto, por la sencilla razón que, si alguien no te ha pagado un día, no te pagará nunca, porque siempre habrá otro tras de ti dispuesto a humillarse.

Esto es muy difícil de hacer entender a los que empiezan: regalar fotos para “darse a conocer” es un error monumental. Trabaja, fotografía, hazte un “book” presentable, demuestra qué puedes hacer, y ofrece tus servicios basándote en tu producción. Lo que pasa es que esto es lento, requiere trabajo y tiempo y, si no eres bueno, no irás a ninguna parte. Es la vida del profesional. Es más fácil regalar a quien se puede permitir no pagar precisamente porque alguien lo regala. Pero es necesaria una consideración para el otro bando, el que no quiere pagar o paga miseria: hay que tener en cuenta que “si pagas con cacahuetes, tendrás monos”. Así se ve lo que se ve en el resultado de ciertos trabajos “profesionales”.

Asalariados del mundo: ¿Os imagináis un trabajo al que optamos, pero en el que, para ser admitidos, en lugar de demostrar que sabemos hacerlo, tuviéramos que demostrar hasta qué punto nos podemos humillar rebajándonos el salario? ¿Aunque ese salario esté claramente por debajo de los costes que para nosotros tendrá ese trabajo? Pues bienvenidos a la vida de un autónomo en una actividad creativa, de esas que todo el mundo se cree capaz de hacer.

Y la responsabilidad de esto recae en gran parte en los que no cobran por su trabajo o cobran miseria: sed conscientes al menos del mal que estáis haciendo cuando afrontáis una jornada de 12 horas por un par de centenares de euros (o menos) sin tener cubiertas ni las dietas. Por poner un ejemplo. Ni siquiera cobrando de forma ilegal (otro tema a tratar) sale a cuenta.

Normalmente los fotógrafos profesionales de las carreras aluden al esfuerzo, la dureza del trabajo y cosas por el estilo para justificar su tarifa. Pero este discurso es secundario. Yo no cobro porque el trabajo pueda resultar duro. Como fotógrafo profesional cobro por la fiabilidad de mi trabajo, por mi capacidad de producirlo y por la calidad de mis imágenes. El tema del esfuerzo y tal es accesorio. Asumir que, si disfrutamos de un trabajo no merece ser remunerado es mentalidad de esclavo.

Si como “no profesional” puedo asumir los requerimientos del trabajo y la calidad de las imágenes es buena, lo que hay que hacer es cobrarlas, y cobrarlas en condiciones en base a una tarifa razonable que responda a las obligaciones que esto implica (impuestos, amortizaciones de material, remanente para poder hacer algo parecido a unas vacaciones… por ejemplo). Una tarifa por debajo de la cual nadie debería ofrecer sus servicios.

No estoy planteando no hacer fotografías, estoy planteando cobrar lo que corresponde por el trabajo. Todos saldríamos ganando.

«Selecciona el espacio, determina el instante»

¿Qué es una fotografía? ¿Cuándo una fotografía pasa a ser sólo una imagen?

Este es un debate que suele subir de temperatura cuando se plantea, a pesar de que pienso que sólo es importante para el propio fotógrafo: sólo él tiene la certeza de que aquello producido es una fotografía o una imagen. Y esto dependerá de cómo se relacione el autor con su creación.

Lo primero sería definir qué es una fotografía. Por lo que a mí respecta, es la imagen resultante del acto fotográfico, definido como “la selección de un espacio y la determinación de un instante”.

Así, en negrita, porque es la base de mi manera de entender la fotografía. La selección del espacio es lo que hacemos cuando encuadramos, bien o mal, y la determinación del instante es el momento en que pulsamos el botón, acertado o no. Esto nos da una (y digo una) imagen que, de momento, es una fotografía. Independientemente de cuál sea su aspecto estético final: BN, color, más contrastada, menos saturada… Lo que es importante es lo que hemos captado y cuando lo hemos hecho. Y cualquier alteración de lo que hemos sido capaces de hacer en el momento del “acto fotográfico” convertirá la fotografía en una imagen.

Esto no es ni bueno ni malo. Si tuviera que hacer una lista de mis 25 imágenes preferidas, habría algunas, de autores reconocidos, que son fruto de un reencuadre salvaje. Son imágenes extraordinarias, pero no son una fotografía que el fotógrafo haya sabido resolver en su momento (al fin y al cabo, es su trabajo). Pienso, por ejemplo, en el fantástico retrato de Igor Stravinsky de la mano de Arnold Newman una imagen que, a pesar de intuirla (en los contactos es evidente) el fotógrafo no pudo obtener simplemente fotografiando. Por las razones que sea.

Arnold Newman

Pero pienso que uno de los momentos culminantes de la creación de una fotografía es este momento en que el ojo ha sabido gestionar el espacio, con todo su contenido, y ha determinado acertadamente el instante. Un momento único como experiencia personal que es, para mí, la base de mi vivencia fotográfica. Cuando esto se produce – y se produce – el nivel de satisfacción es máximo, y todo lo que venga después es accesorio.

Cada uno busca sus fórmulas para optimizar su producción fotográfica, profesional o no, pero la experiencia me demuestra que en la mayor parte de los casos (por no decir todos) darse carta blanca a correcciones de aquello obtenido en ese “Acto Fotográfico” no garantiza mejores resultados o, por lo menos, no compensa la satisfacción que, al fin y al cabo, es lo que yo busco, como autor y como profesional.

Está claro que hay un momento en la vida profesional en que se pierde el control de esto: una fotografía en manos de un diseñador siempre tiene un destino formal incierto, pero hablamos de trabajo y por eso alguien ha pagado para un determinado uso de esta fotografía. Hay que asumirlo.

Muchas veces, cuando se genera el debate, se habla de “pequeñas correcciones o recortes” para eliminar elementos no deseados o corregir errores de composición. Aquí se pueden plantear dos cosas. La primera ¿Qué problema hay en asumir la imperfección y asimilar estos pequeños errores de composición? Ya lo haremos mejor la próxima vez. La segunda es ¿Hasta dónde reencuadramos? Es muy fácil extraer una buena imagen de una fotografía replanteando el encuadre, pero nadie podrá afirmar después que ha hecho esa “fotografía”.

Un ejemplo claro de lo que estoy planteando sería la imagen del polaco Stepan Rudik, eliminada del World Press Photo el año 2010 por haber modificado el contenido de una imagen eliminando la punta de un pie que aparecía en segundo término:

Stepan Rudik

Como fotógrafo documental pienso que la alteración del contenido de la imagen (retoque) es inaceptable. Obviamente, con la obra personal (creativa) cada uno hará lo que le apetezca. Pero más allá de esta observación, lo sorprendente es que la descalificación no viniera por el hecho que la imagen presentada no tenga nada que ver con la original que, además, es una imagen muy floja:

Stepan Rudik

Viéndola, que alguien me mire a los ojos y me diga que el fotógrafo ha hecho la fotografía presentada al WPF. Yo pienso, honestamente, que no.

Habitualmente en el debate aparece la palabra “purista”, como si fuera alguna cosa negativa, pero yo no estoy diciendo en ningún momento que esto sea algo que no se debería hacer, estoy simplemente explicando cómo entiendo yo la fotografía y porqué hago lo que hago y cómo lo hago, y con sus imágenes que cada uno haga lo que quiera (o lo que pueda).

Se trata sólo de averiguar de qué forma disfruto más de la posibilidad de congelar el tiempo con un dispositivo fotográfico. Eso es todo.

Las bases del concurso

 

Este es un tema que hace mucho que tengo en mente, y quería esperar un tiempo para publicarlo: no me apetece dar un tono negativo al blog así de entrada, pero cuando hay que hacerlo, se hace.

Y ahora hay que hacerlo porque, una vez más, un colega tiene problemas con el uso indebido en redes de una de sus imágenes. Ahora es él, otras veces he sido yo, mañana será otro…

Y el tema está en que, demasiado a menudo, descubres una imagen haciendo promoción de una marca, producto, persona o carrera sin que ni el responsable de la marca, el producto, la persona o la carrera hayan pedido, como mínimo, autorización.

Y por “pedir autorización” quiero decir plantear la voluntad de pagar lo que esto vale.

Las “cosas son gratis en redes”, dicen algunos, “no me gano la vida con esto” dicen otros, “no lo sabía” dicen incluso algunos supuestos profesionales que, por su profesión, deberían saberlo.

Normalmente, el fotógrafo suele ser un tipo simpático al que se le suele agradecer el trabajo hasta el momento en que reclama una tarifa justa (¡Ojo: he dicho justa!) por su labor. Entonces pasa a ser un “pesetero” que se quiere “lucrar”.

Pero más allá de consideraciones subjetivas, vamos a establecer las bases del concurso.

A pesar de que no debería ser así, a pocos fotógrafos les importa que un corredor popular utilice, previa solicitud y autorización, una de sus imágenes para un post personal. Pero, tal vez, si queremos tener un perfil de proyección personal que se alimenta de estos posts, deberíamos pensar en producir nuestras propias imágenes o, si las queremos mejores, pagarlas. Así, como concepto.

Otra cosa es cuando este corredor dispone de – o busca – algún tipo de patrocinio y etiqueta o menciona marcas. Esto marca un límite. El que tiene o quiere un patrocinio, tiene que asumir que su post es una acción comercial, más o menos útil, más o menos afortunada, a favor de la marca, que es quien, si realmente hay un patrocinio, se debería encargar de que su patrocinado disponga de imágenes para sus posts, tal como algunas marcas hacen (existen). Esto sería extensivo a los que gestionan perfiles que van más allá de las pretensiones personales, los que por cantidad (no calidad) de seguidores se denominan “influencers”.

¡Ah! Y las imágenes pagadas por una carrera, si no se ha pactado lo contrario, son para promoción de la propia carrera. Punto.

Finalmente están los entes comerciales, las marcas o distribuidoras, que mantienen sus redes sin voluntad de asumir lo que esto implica. Hace un tiempo no se hubieran planteado hacer una valla publicitaria con una imagen de la que no tuvieran autorización. ¿Por qué en redes sí? Por varias razones. Podríamos asumir la creencia popular de la gratuidad en internet, pero más allá de esto, que es un factor importante, está muchas veces la incompetencia de muchos autodenominados “gestores de redes” (“community manager” los llaman) que, a pesar de que la base de su trabajo es la gestión de imágenes, no tienen ni idea de lo que están haciendo cuando cogen una imagen que les gusta para uno de sus post, al punto que, cuando se les hace ver el error (sería como recordar a un cirujano que primero tiene que anestesiar al paciente, así de evidente) la mayor parte aducen que “no lo sabían” y, en algunos casos, hay que decir que pocos, además, se vienen arriba y te hacen pasar por el malo de la película.

Pues bien, señores gestores de redes de marcas y distribuidoras: una imagen sólo puede ser utilizada sin autorización con finalidad pedagógica, y un post de un perfil de la red que sea, no tiene esta finalidad.

Si no hay dinero para mantener un perfil comercial en una red, pues no se tiene y ya está. ¡Ah! ¿Qué es imprescindible hoy en día en una empresa comercial? Pues se prevé una partida presupuestaria para mantenerlo. ¡Ah! ¿Qué no tenemos presupuesto? Pues no hay red. Al menos con imágenes (la esencia de cualquier red) de otros. Como en casi todo en la vida.

Otro tema es la corrupción del mercado gracias a fotógrafos que regalen su trabajo porque ello “no se ganan la vida con esto” o, directamente, revientan precios por debajo de coste porque, habitualmente, tienen otra fuente de ingresos, sin pararse a pensar en lo que están haciendo. Pero este es un tema en el que entraremos en detalle en un futuro.

Sabe un poco mal un segundo post en este tono, pero cuando toca, toca.

Un blog de fotografía

 

Hace ya muchos años, alguien me preguntó por qué no escribía en un blog. En aquel momento, la respuesta fue que no veía a quien podía interesarle lo que yo pensara. Es más, tenía dudas, más que fundada, de que nadie dedicara a tiempo a leer mis tonterías. Y estoy hablando de cuando se leían textos de más de 140 caracteres y tras los titulares había alguna cosa más que la caza del “clickbait” de marras.

Los que me conocen saben que no suelo hacer caso de lo que “se hace” o “se lleva”. Siempre, dentro de lo posible, he seguido mi línea personal i por eso, ahora que incluso escribir un mensaje de Wapp da pereza y se recurre a las grabaciones de voz, me he decidido a incluir in blog en mi web; algunos de mis compañeros me definen como un “clásico”, tal vez tienen razón, o no, pero en cualquier caso es una definición que me gusta.

En todos estos años, he escrito mucho más de lo que me hubiera imaginado en aquel momento, pero casi nunca han sido textos personales o de opinión. A pesar de todo, eso me ha dado una cierta seguridad – disculpad los que de verdad sabéis escribir -a la hora de estructurar un texto. Y mi experiencia como fotógrafo profesional, autor i docente me han facilitado un punto de vista, creo que privilegiado, a la hora de plantearme por qué hago ciertas cosas de una determinada manera.

No sé cuál será la periodicidad. Si sé que el tema central será siempre la fotografía. Y el idioma del texto original el catalán, que traduciré al castellano y que tendrá también una versión reducida en inglés.

Siempre expondré puntos de vista personales que, obviamente, serán discutibles y que no pretenden, en ningún caso, ofrecer directivas ni valorar qué está bien o no: el proselitismo es uno de los grandes males de la humanidad. Se trata simplemente de ofrecer puntos de vista a los que he llegado tras dar muchas vueltas a mi relación con la fotografía.

Si esto ayuda a alguien a llegar a sus propias conclusiones, que no tienen porqué coincidir con las mías, pues fantástico, i si esto genera un debate a partir del que yo mismo me replantee coas, pues mejor.

¿Por qué puntualizo esto? Pues porque tras años de debates con alumnos, he descubierto que mucha gente se pone en guardia cuando afronta un planteamiento que no cuadra con sus expectativas. Me da lo mismo. Mis planteamientos son míos y de nadie más, y me he decidido a exponerlos porque creo que hay que hacerlo, ni que sea para invitar a la reflexión. La base de todo es que el “Cómo” es más importante que el “Qué”. En la fotografía y en la mayor parte de cosas importantes en la vida el fin no justifica los medios.

Hablará de mis planteamientos fotográficos, de los problemas actuales de muchos fotógrafos profesionales, e la banalización de la fotografía, de osas que he ido aprendiendo a lo largo de estos años inmerso en este fantástico mundo que tiene como finalidad la congelación del tiempo.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, no sé si esto es cierto o no, pero sí sé que nadie dice qué pasa cuando son mil y una. En este blog, por si acaso, no serán nunca más de mil palabras en el texto original, porque me quiero asegurar de que las imágenes valgan más…

Bienvenidos y disculpad el atrevimiento.