UNA DE PELÍCULA

“#filmisnotdead”

 

A quien, como yo, lleva más de tres décadas fotografiando de forma ininterrumpida en película, le fascina que mucha gente se sorprenda de que aún se fotografíe en base a un proceso químico.

“¿Aún se venden carretes?” Es una pregunta habitual – incluso entre gente aficionada a la fotografía – cuando el tema sale a colación.

Lo que más me llama la atención es que aquellos que preguntan (bienvenidos) siempre acaban queriendo averiguar cuál es la ventaja de fotografiar en película.

Lo mejor de todo no es que la respuesta es que no hay ninguna ventaja, si no que ni tan solo se trata de si hay alguna ventaja o no.

Tenemos tendencia al razonamiento binario: “si esto es bueno, es porque aquello es malo”, y la mayor parte de las veces es una conclusión absurda.

Nadie se plantea que la invención del rotulador o el lápiz de colores tuviera que implicar la obsolescencia (¿erradicación?) de la acuarela, o del óleo, ¿No? Pues este sería el planteamiento en el caso de la película y su gran “rival”: el mundo digital.

Lo analógico contra lo digital o, como dicen los franceses (me gustan más estos términos) lo argéntico contra lo numérico. Dos medios diferentes para llegar a conclusiones muy próximas.

¿Contra? En absoluto. Pero ¿Por qué nadie duda de las bondades de lo digital (yo incluido) pero mucha gente duda de las bondades de la película?

Cada uno sabrá (supongo) por qué fotografía de una forma u otra. Yo, a lo largo de mi vida fotográfica he tenido tiempo sobras para pensar (una manía como cualquier otra) por qué hago las cosas como las hago y tengo muy claro qué me aporta el soporte químico, que es de lo que trata este post.

Lo primero que hay que poner sobre la mesa es que, desde un punto de vista técnico, el acto fotográfico como tal es totalmente independiente de si el soporte es químico o numérico: si sabemos de una forma, sabremos de la otra y, si no sabemos de una forma, no sabremos de ninguna otra.

A los “no iniciados”, lo primero que los marea es la imposibilidad de ver qué se ha fotografiado, y comprendo que es difícil entender que, desde un punto de vista de creación fotográfica esto es más una ventaja que una desventaja. Esta “limitación” obliga al fotógrafo a concentrarse mucho más en aquello que está haciendo, a pensar y, sobre todo a registrar visualmente el momento en que se pulsa el botón (aquella selección del instante) Es algo muy difícil de explicar, pero cualquiera con un poco de experiencia fotografiando en película os puede confirmar que hay un momento en que el concepto “lo tengo” aparece en letras rojas en la mente del fotógrafo. Y tiene mucho que ver con la concentración que comentaba.

Otro concepto a favor de no poder ver las imágenes de forma instantánea una vez hechas es que, hasta que no se produce esta sensación (“¡Lo tengo!”), no se da la tarea por finalizada y, sobre todo, no perdemos nunca el tiempo mirando nada que no sea la escena en la que trabajamos. El soporte químico obliga a pensar en lo que vendrá, nunca en lo que ya ha pasado.

La limitación de producción, sea por la cantidad de imágenes del carrete o por cuestiones económicas, es también un factor redundante en la calidad de la producción. En un mundo en el que lo queremos todo fácil hasta niveles insultantes y sin límites, someterse a ciertas limitaciones activa el ingenio, la concentración y la capacidad de selección. Porcentualmente, el índice de fotografías decentes en película (relación producción / acierto) es, con diferencia, mucho más alto que en otros soportes en que la producción es, a menudo, desmesurada. Siempre con la condición de que es necesario aprender a fotografías antes, en el soporte que sea: fotografiar más nunca nos garantizará, así porque si, mejores resultados.

El dinero suele ser otro “inconveniente”. Es obvio que cuando no se puede no se puede, pero admitamos que, en la mayor parte de los casos es, simplemente, una cuestión de prioridades: yo prefiero un carrete a una copa.

En mi caso además, y enlazando con el último post, trabajar en película me permite hacerlo con cámaras de las que podríamos decir que estoy enamorado. La simple complejidad de un ingenio mecánico es, para mí, insuperable a la hora de hacerlo funcionar.

Hay un último factor y está vinculado a un proceso que, más de treinta años después, sigue teniendo un aura mágica, de descubrimiento y sorpresa constantes. A esto añadiremos la participación de sentidos que nos conectan con el mundo real más allá de la vista, como el tacto y el olfato, partícipes también del proceso. Sumemos además que, la parte artesanal del proceso hasta que obtenemos la copia, genera una relación muy especial entre el fotógrafo y su obra: ninguna fotografía hecha, revelada y positivada es “una más” porque… ¿Cuál es el siguiente paso del Nirvana fotográfico? Una luz roja y buena música. Y no tiene nada que ver con la nostalgia.

“Cuando las cintas se hayan borrado, cuando se haya perdido la tecnología para reproducirlas, es posible que alguien, dentro de mucho tiempo, encuentre un fragmento de película y lo sostenga a contraluz” (“Una profesión de putas” David Mamet).