LA «SAGRADA» TÉCNICA

Un error en la escala de valores

La fotografía es una disciplina creativa asociada básicamente a conceptos técnicos. Una cruz de la que históricamente se han librado otras disciplinas como la pintura, a pesar de que también tiene una carga técnica nada despreciable.

Tal vez, la razón es que la pintura está más asociada a la herramienta -el pincel – que a la máquina – la cámara – pero, en cualquier caso, la técnica también está ahí, y sin ella no podremos pintar nada decente.

Es un tópico cierto que la técnica es algo que hay que aprender para olvidar. Tal vez, la palabra “olvidar” no es la más acertada, a mí me gusta más “naturalizar” pero, en cualquier caso, la técnica es siempre dos más dos cuatro. Es así y, a pesar de que haya a quien le cuesta más, todo el mundo puede aprenderla si se lo propone. Se tardará más o menos, pero se acabará entendiendo.

En cualquier caso, la obsesión con los aspectos técnicos hace que se olviden otras cuestione que son las realmente importantes, vinculadas a la cultura visual y la capacidad de construir una imagen y entenderla.

Es habitual, en fotógrafos sin formación o con formación autodidacta (no por eso necesariamente malos fotógrafos) ver carencias importantes en aspectos que van más allá de la pura técnica, y que tienen que ver con el aspecto formal de la imagen, en su construcción, simplemente porque nadie los ha orientado en esa dirección (uno de los muchos problemas de ser autodidacta). También es a veces un problema en fotógrafos con formación… pero el origen del problema sería otro.

En los cursos básicos de fotografía siempre me han sorprendido mucho dos cosas. Una es que gente que tiene suficiente interés en la fotografía como para invertir un tiempo y un dinero en aprender, no tenga absolutamente ninguna referencia visual consciente, ningún autor preferido. Nada. Es como si hicieran un curso de escritura creativa porque les gusta escribir, les interesa la literatura, pero no saben quién era Cervantes.

La otra cosa que me llama la atención es que la gente viene obsesionada por entender conceptos técnicos, en saber qué hace la cámara sin ni plantearse que hay que construir la imagen, que tienen que trabajar una visión personal de cómo son las cosas y cómo quieren representarlas en una fotografía, y aquí viene lo mejor de todo: la sesión que despierta más interés, entusiasmo incluso, es la dedicada a la composición e interpretación de imágenes, y eso que son cuatro pinceladas básicas sobre el tema.

Es muy interesante ver cómo, en general, los alumnos descubren una especie de mundo nuevo que tenían ante sus narices y descubren que, si quieren mejorar las fotografías que producen la clave, de entrada, no está en la técnica, ni en la informática, si no en la composición, que es un concepto que deberán aplicar siempre en el momento de la obtención de una imagen, sea con la herramienta que sea y más allá del posible interés (o no) que se tenga en la fotografía. Siempre habrá que componer: ningún dispositivo lo puede hacer por nosotros.

La mirada, la capacidad de construir una imagen, de una forma u otra la llevamos todos de serie, sólo hace falta ser consciente de ello y trabajarlo.

Esto va vinculado a la capacidad de observar y descifrar una imagen, un proceso del que todo el mundo, fotógrafo o no, debería ser consciente en un mundo en el que un porcentaje altísimo de información nos llega por vía visual y que muy poca gente tiene en cuenta, algo que explica, en parte, porqué ciertos trabajos “profesionales” son aceptados a pesar de tener graves carencias en este aspecto (no todo es que sean “baratitos”: la ignorancia del receptor tiene también mucho que ver).

Lo más difícil viene después: construir un discurso coherente con las propias imágenes. Pasar de la gramática a la narrativa. Tener alguna cosa que explicar y saber cómo.

Y es que como dice el músico Jordi Savall “Se puede enseñar todo menos lo esencial”.